martes, 19 de julio de 2011

Mona espera

Castigada en el pasillo largo y oscuro. Acostada. Con el morro barriendo el suelo de piedra y espatarrada, espera, Mona, a la Espera. Con esos ojos tan arrepentidos como la ausencia total de culpa pueda producir. Nada importará lo que pretendáis resistir, la entereza o decisión inquebrantable que estéis dispuestos a exhibir. Sin previo aviso, reventará en vuestro pecho, como un súbito champiñón, toda la conmiseración del mundo. Y ella lo sabe. Sabe esperar como un pajarillo desvalido y con muletas. Como un micifuz bolita tierna de algodón –qué goloso pastel de palabras- o un minino olvidado con cabestrillo y antifaz. Sabe sacar al niño tonto que algunos conservamos en las entretelas. Quién recuerda ya el mordisco furioso y desproporcionado, la gota de sangre caída o su mirada de loba esteparia? Quién? Si lo que realmente os dolió fue el bocado en el alma. Pero, aún así, quieres que comprenda. Que no se muerde la mano que te da de comer. Que somos amigos. Que nosotros nunca te haríamos daño. Pero Mona no sabe qué es eso que llamamos mañana. No imagina que tú llenarás, por enésima vez, su comedero con ese odioso y fétido pienso de galletitas súper equilibradas que le procurarán una vida larga y le impedirán otra de placer. Lo suyo es suyo y lo vuestro también, por tanto sois una potencial amenaza. Lo tomas o lo dejas, como las lentejas. Punto y pelota, y te lo comes con patatas. Su fidelidad será fruto de la paciencia o no será. Observas cómo, tímidamente, ha ido aproximando sus posiciones. Son pasos cautos, de mano derecha suspendida, rabo gacho y vuelta a la postura alfombra. Es casi técnica de guerrillero de Siam o soldado bengalí, avanzar y amagar, confundirse con el entorno, mimetizarse con las baldosas. Eh! Creo ver la mano de my lord en esta astucia. Caray con el darling. Así las cosas, decides afirmarte en tu postura, vana decisión, el agravio se diluye definitivamente, cual niebla de primavera, con los primeros rayos del sol de sus ojos. Anda, Mona, ven aquí, ya puedes entrar.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Mona pide perdón

Oh!, cómo iba a saber todo eso. Es el primer my lord que conozco. A partir de ahora iré con más cuidado, con mucho más cuidado. Por favor, no lo tengáis en cuenta. Decidme algo, porfa… Caray, qué duros… Mona, me vas a hacer caer. No te metas entre mis piernas. Pero, qué quieres? Qué pasa?… No sé, pero, desde lo del pasillo, está tan pegajosa… Pero miradme, que os estoy mirando. Ahora se van al salón, caramba. Os decía, que yo no sabía que los ingleses, perdón, que los gatos no son de fiar. Era tan fino y elegante, con sus bigotes primorosos, y esos ojos como aguamarinas. Creí que lo del pasillo os gustaría, que era vuestro juego predilecto. Cómo me engañó Lord Mino, mon dieu! Os conocía, eso es seguro y, claro, yo caí. ¿Cómo no iba a caer? Si sabía hasta lo de los eructos en francés. No volverá a pasar, os lo juro por San Bernardo. Otra vez al pasillo. Y a la cocina, jo!… Mirad, patas arriba, me someto… Nada, ni caso. ¡Que estoy aquí!… Mira, ahora quiere que le rasques la panza ¡Será sinvergüenza! Y después de lo que ha hecho. Es una fresca, ni caso, que sepa que estamos enfadados. Pero si ya ni se acuerda… Me estoy poniendo triste, muy triste. No quieren perdonarme. Son tan duros. No comprenden que he sido engañada. Y, ahora, me siento humillada. ¿Por qué no escuchan? ¿Tan difícil es sentir lo que yo pienso? Yo capto absolutamente todo lo que ladran en su raro idioma. Y vuelta al salón. Aprovecharé que se sientan a comer. Esta es la mía. Mira, papi, yo te explico… ¡Baja, al suelo, inmediatamente, bájate! Sabes que nunca te damos de comer aquí. Si te pones pesada te sacamos al pasillo. Si te damos comida, el pienso no lo vas a querer ni con guarnición de chorizo… No quiero comida. Sólo que me prestéis atención. A ver, mami, atiéndeme. La cosa no salió de mí. El lord ese… ¡Basta! Fuera de aquí. Fuera, Mona. ¡Enseguida!... Pero hombre… Nada, nos ha dicho el domador… De leones, ¿no exageras?… Bueno, lo que sea. Hay que dejarle claro quiénes mandamos aquí. La jerarquía. Ella como mucho es el 3. Venga, fuera… Pero, ¿qué razón de la sinrazón que a mi razón acude es ésta? No lo puedo evitar, mis dientes empujan, van a salir, mi morro se retira, gruño mal y feo, no me gusto, con dolor, con pena, con odio, os quiero, lo siento, sacáis la loba que hay en mí… Lo que nos faltaba, ahora se pone agresiva. ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fueeera!… No me mires así. ¿Ya no me quieres? No me mires así, por favor, me partes el alma. Se me borran tus ojos dulces. Me los robas. No aguanto tanto dolor, tú ganas, bajo el rabo, me voy. ¿Qué quieres, el pasillo? Pues al pasillo. Que me tumbe?… Alfombra soy. Pero que te conste que la culpa es de ese inglés maldito.

martes, 3 de mayo de 2011

¡Juega conmigo!

¡Ya estoy aquí! ¡Mira qué tengo! Eselpatoeselpatoeselpato. A que no me lo quitas? ¡Que te digo a ti! Eslatortueslatortueslatortu. ¿A que no te puedes resistir? ¿Eh? ¡Venga! Eselosoeselosoeseloso. Oye, este es fácil de atrapar, pero como eres un poco tonto. Eseltigreeseltigreeseltigre. No temas, que quedan más. Eslaranaeslaranaeslarana. Ahí va, ¿qué te parece? ¿Tampoco? Eselhuesoeselhuesoeselhueso. ¡Venga, juega conmigo! ¡Venga, juega conmigo! Pero, ¿qué hay mejor que esto? ¡Juega conmigo! Bueno, tú te lo pierdes. Claro es mucho mejor esacosaesacosaesacosa que os tiene atontados. Un ratón, dicen, sin pelos, atado por el rabo más largo que nunca vi a un cuadrado de luz. Y se ponen unas cosas en las orejas. Y, lo que es peor, ¡le hablan! ¿Pueden creerlo? Y ríen, además. No sé si de mí, ahora que lo pienso. Y mientras, yo estoysolaestoysolaestoysola. Chim-pum.


miércoles, 16 de marzo de 2011

Los juguetes de Mona

Esparcidos por la casa. Abandonados en cualquier rincón. Pobres muñecos de un arrebato. Dicen que algún día, alguno de ellos será acunado por el amor inexplicable de una madre. Lo dudo. Pero mientras… más que compañeros de juego, son proezas de iniciación, méritos para subir escalafón en la tribu. Oso, pato-rosa, tortu, gran kan, silbiditos, koalita, tigre, kanito, piolín –cómo no?- y un largo etcétera de envases de zumos, geles, medicamentos… y la pelota. Ah! Y burrito. Todos los días, Mona, sigue el mismo protocolo, con la fría precisión de un relojero: a) los trinca, uno a uno, bien trincados b) los descoyunta sumariamente, sin contemplación alguna, y c) comienza su mordisqueo voraz. Si lo que pretende es involucrarte en la tragedia, entonces el procedimiento sufre la siguiente variación: a) trinca uno, bien trincado b) se dirige, escopetada, hacia ti, enredándose en tus piernas con la presa aún viva, al tiempo que le parte el espinazo c) la desmenuza encima de uno de tus pies, y d) repite la operación, en riguroso orden, con cada uno de ellos. Y diréis, ¿dónde está el juego? Primero, y principal: restregártelos en tus narices, dejando bien claro que no tienes nada que hacer sobre su propiedad. Segundo, y no menos importante: se trata de trasladarlos continuamente, con lo cual, el pobre peluche adquiere vida propia, existe, es. Y tercero –siempre hay un tercero- pero, la verdad, no se me ocurre ahora… Olvidados sobre el terrazo, van adquiriendo la tristeza de los atardeceres, la melancolía pausada de las miradas perdidas, la nostalgia ácida de los amores rotos… Con lo que yo fui para ti: el más certero de los pistoleros, el corcel veloz entre los alazanes árabes, el mágico antifaz del guerrero o el maravilloso collar de la reina de Saba y sus bailarinas de formas y sedas cegadoras. A ver, dinos, cuándo te hemos fallado, cuándo una arquitectura de fantasías se ha desmoronado por culpa nuestra, cuándo, saciado por nuestros besos de pantalón corto, no has dormido el mejor de los sueños? A ver, dinos. Pero, claro, no se te ocurre el juego tercero o la tercera razón del juego… Que no caes? Claro, era de esperar. Alargaste tus pantalones o cubriste tus rodillas con la falda, y has olvidado lo principal. Tampoco comprendes, es evidente, los pipíes de Mona en lugares no acordados. O sus idas y venidas, pendiente de tu despertar. No comprendes… Dime, ¿en qué lugar del camino quedó aquel tiempo sin horas, blanco de tragaluz y galería, repleto de tal misterio que aún hoy te estremeces sólo de pensar, aquél en donde todos nosotros éramos…? ¿Qué éramos?… Claro, no recuerdas… Callaos ya, dejad que entre el aire fresco de esta tarde que inaugura Abril con su torbellino de geranios ásperos, escolar hierbabuena, jazmín seductor, rosas de celofán y celinda de algodón. No me habléis de lo que no quiero comprender. Se ahogan los recuerdos dormidos, una vez más, entre las flores. Hubo un día que la saudade despertó. Hubo el día en que la magia salió de las cosas. El día en que una caja pasó a ser definitivamente un bulto. Ese día olvidé la tercera causa del juego… Pues es un secreto a voces, darling… Eh! Mino, eres tú? ¿De dónde sales? ¡Qué alegrón! ¿Pero, por dónde andás, pelotudo?… ¿Y ese acento porteño?… Pues yo soy el primer sorprendido, la verdad… Tú mismo, mon chéri.



lunes, 24 de enero de 2011

Este vals no se baila

Deja, Mona, que dedique este vals a todos aquellos niños que, a diferencia de ti, nunca podrán bailar el vals. Hay tantos golpes en la vida… que al pensar en algunos casos concretos siento la negra y profunda tristeza de las simas oceánicas. Así que, dicho y hecho. Aquí está el vals que no es vals. Nadie podrá bailarlo tal cual. ¿Danzarlo?… Tal vez. Pero, dime, qué mérito puede tener bailar el vals del falso vals? Aspiro a que sea una espinita clavada, una piedra en el zapato, un tropezón inesperado. Digamos, que es el derecho de réplica de las florecillas holladas del camino. El pataleo de los polluelos arrojados antes de alzar el vuelo. El j’acusse de los inocentes y desprevenidos, de los buenos. Un… deux… un, deux, trois, quatre? Oh!, c’est comme ça! Para todos aquellos que, con sus pies ágiles y veloces como Aquiles, creen dominar el reino volátil del vals, he creado su talón de fino cristal. Un tendón de papel cuché. El inesperado desajuste del glamour y la serpentina. El sudor nuestro de cada día aflorando entre los oropeles. Atrévete y tal vez ya no vuelvas a bailar como antes el vals de giro despreocupado y loco, de dulce y maravilloso abandono: un… deux… un, deux, trois… quatre? Te avisé, estas cosas marcan para siempre. Una venganza muy inglesa, darling. Sí, lo admito, pero con la elegancia y el savoir faire parisién, ¿no crees?…