Deja, Mona, que dedique este vals a todos aquellos niños que, a diferencia de ti, nunca podrán bailar el vals. Hay tantos golpes en la vida… que al pensar en algunos casos concretos siento la negra y profunda tristeza de las simas oceánicas. Así que, dicho y hecho. Aquí está el vals que no es vals. Nadie podrá bailarlo tal cual. ¿Danzarlo?… Tal vez. Pero, dime, qué mérito puede tener bailar el vals del falso vals? Aspiro a que sea una espinita clavada, una piedra en el zapato, un tropezón inesperado. Digamos, que es el derecho de réplica de las florecillas holladas del camino. El pataleo de los polluelos arrojados antes de alzar el vuelo. El j’acusse de los inocentes y desprevenidos, de los buenos. Un… deux… un, deux, trois, quatre? Oh!, c’est comme ça! Para todos aquellos que, con sus pies ágiles y veloces como Aquiles, creen dominar el reino volátil del vals, he creado su talón de fino cristal. Un tendón de papel cuché. El inesperado desajuste del glamour y la serpentina. El sudor nuestro de cada día aflorando entre los oropeles. Atrévete y tal vez ya no vuelvas a bailar como antes el vals de giro despreocupado y loco, de dulce y maravilloso abandono: un… deux… un, deux, trois… quatre? Te avisé, estas cosas marcan para siempre. Una venganza muy inglesa, darling. Sí, lo admito, pero con la elegancia y el savoir faire parisién, ¿no crees?…
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