miércoles, 16 de marzo de 2011

Los juguetes de Mona

Esparcidos por la casa. Abandonados en cualquier rincón. Pobres muñecos de un arrebato. Dicen que algún día, alguno de ellos será acunado por el amor inexplicable de una madre. Lo dudo. Pero mientras… más que compañeros de juego, son proezas de iniciación, méritos para subir escalafón en la tribu. Oso, pato-rosa, tortu, gran kan, silbiditos, koalita, tigre, kanito, piolín –cómo no?- y un largo etcétera de envases de zumos, geles, medicamentos… y la pelota. Ah! Y burrito. Todos los días, Mona, sigue el mismo protocolo, con la fría precisión de un relojero: a) los trinca, uno a uno, bien trincados b) los descoyunta sumariamente, sin contemplación alguna, y c) comienza su mordisqueo voraz. Si lo que pretende es involucrarte en la tragedia, entonces el procedimiento sufre la siguiente variación: a) trinca uno, bien trincado b) se dirige, escopetada, hacia ti, enredándose en tus piernas con la presa aún viva, al tiempo que le parte el espinazo c) la desmenuza encima de uno de tus pies, y d) repite la operación, en riguroso orden, con cada uno de ellos. Y diréis, ¿dónde está el juego? Primero, y principal: restregártelos en tus narices, dejando bien claro que no tienes nada que hacer sobre su propiedad. Segundo, y no menos importante: se trata de trasladarlos continuamente, con lo cual, el pobre peluche adquiere vida propia, existe, es. Y tercero –siempre hay un tercero- pero, la verdad, no se me ocurre ahora… Olvidados sobre el terrazo, van adquiriendo la tristeza de los atardeceres, la melancolía pausada de las miradas perdidas, la nostalgia ácida de los amores rotos… Con lo que yo fui para ti: el más certero de los pistoleros, el corcel veloz entre los alazanes árabes, el mágico antifaz del guerrero o el maravilloso collar de la reina de Saba y sus bailarinas de formas y sedas cegadoras. A ver, dinos, cuándo te hemos fallado, cuándo una arquitectura de fantasías se ha desmoronado por culpa nuestra, cuándo, saciado por nuestros besos de pantalón corto, no has dormido el mejor de los sueños? A ver, dinos. Pero, claro, no se te ocurre el juego tercero o la tercera razón del juego… Que no caes? Claro, era de esperar. Alargaste tus pantalones o cubriste tus rodillas con la falda, y has olvidado lo principal. Tampoco comprendes, es evidente, los pipíes de Mona en lugares no acordados. O sus idas y venidas, pendiente de tu despertar. No comprendes… Dime, ¿en qué lugar del camino quedó aquel tiempo sin horas, blanco de tragaluz y galería, repleto de tal misterio que aún hoy te estremeces sólo de pensar, aquél en donde todos nosotros éramos…? ¿Qué éramos?… Claro, no recuerdas… Callaos ya, dejad que entre el aire fresco de esta tarde que inaugura Abril con su torbellino de geranios ásperos, escolar hierbabuena, jazmín seductor, rosas de celofán y celinda de algodón. No me habléis de lo que no quiero comprender. Se ahogan los recuerdos dormidos, una vez más, entre las flores. Hubo un día que la saudade despertó. Hubo el día en que la magia salió de las cosas. El día en que una caja pasó a ser definitivamente un bulto. Ese día olvidé la tercera causa del juego… Pues es un secreto a voces, darling… Eh! Mino, eres tú? ¿De dónde sales? ¡Qué alegrón! ¿Pero, por dónde andás, pelotudo?… ¿Y ese acento porteño?… Pues yo soy el primer sorprendido, la verdad… Tú mismo, mon chéri.



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