Echada en el suelo, parece que el tiempo se ha tomado un tiempo. Pero la punta, sólo la punta de la nariz basta para decirnos que algo le inquieta. Con todo, prefiere dirigir su vista hacia nosotros mientras sus barbas alfombran el suelo. Está quieta, ajena, como el mar, y, como el mar, la espuma de su pelo besa la arena del parqué. Así las cosas, uno no sabe qué pensar sobre lo que ella piensa. Porque hay algo detrás de ese flequillo, seguro, aunque todo niegue tal sospecha. Algo que ronda su frente de lana y seda… Como si una mosca inexistente revoloteara impertinente y zumbona. Y ni se molesta en espantarla, como hacen las vacas, con el rabo o las orejas. No. Echada en el suelo, así, mira por los rabillos altos de los ojos con más pena que gloria, a la espera de la esperanza o al olvido de los olvidos. Al pensar del pensamiento o a la rosa de los vientos. Esa mirada tuvo que tenerla Diógenes. Así que, discretamente, me aparto. Ahora el sol de oro atardecido lame su morrillo, y esta Pomona griega, cariátide chaise-longue cariacontecida, pone la nota de color carmín-geranio de su lengua y, creo, me sonríe con la punta de las orejas.
También el alma, si quiere reconocerse, tendrá que verse en otra alma (Platón) À savoir, quelle tristesse de la valse heureux! (Mona) La monedita del alma se pierde si no se da (A. Machado)
miércoles, 29 de septiembre de 2010
sábado, 18 de septiembre de 2010
En brazos soy feliz
Como un trapo abrazado. Así se abandona. Peluche que suspira mientras hace la ronda del balcón. Ahora la plaza, ahora la calle. Reina en este lugar desde el trono aéreo de mis brazos. Y es feliz, lo sé. Sus diminutos pulmones se llenan de un gozo pleno, luminoso, ancho y terso como un mar nunca visto. Luego, sopla. Mira las palmeras que rodean la fuente-catarata: soy la reina de Saba! Sus súbditos le adoran, señora. Rocían de pétalos los rincones husmeados por su excelencia. Todo aquel oscuro escondrijo donde vuecencia posó sus ojos ha sido cubierto de albahaca y jazmín tierno. Y los venerables sitios que usía ilustrísima pisó, ven extenderse velas infinitas de besos azucarados. Todo ello en señal de pleitesía que no pleitea. Vea, oh! princesa entre princesas, el perfume de los perfumes, el elixir de todos los elixires, el bálsamo que cura a los propios bálsamos, encerrado en dorados y diminutos frascos de oro puro y cristal de diamantes submarinos. Ahí está el licor magno entre los licores, el soberano: su pipí, majestad… Guau! ¿Y esa lágrima?…
viernes, 3 de septiembre de 2010
El vals de Mona
Hicieron el poyo del balcón pensando en Mona. De pie sobre sus patas traseras, alcanza a descansar sus barbas y sus manos en la repisa, y aprovecha los huecos de las jardineras para otear la plaza. De un mirador a otro, algo torpes al comienzo, nacen los pasos de su vals. Su flequillo se mece al viento y al vals fresco de la tarde. De tan seria, se diría es perfil de moneda grande. Semblante abstraído y profundo de Platón con pelos. Pero el sol cae tras los edificios con la natural melancolía del poniente en las paredes. Y ella, curiosa sin fin, observa. Siempre ve las cosas por primera vez. Dos pasitos de sus pies y sus manos recorren el quicio a la vez. Y un… dos… un, dos, tres… Os lo dije, ya mejora el vaivén. La fuente ruge de espaldas al balcón. Es la catarata boba del insulto al artista loado. Pobre busto mendigo a la puerta tullida de un banco y monte de piedad. Pero ella, absorta, no advierte el hilo de sol que transparenta en sus propios ojos. Me mira, y comprendo… pero no consiento. Me requiere, pero le hago esperar. Más dulce será el abrazo. Además, me gusta verla así, escudriñando a lo lejos, desprevenida, traspasada de sol, igual a un niño prendado de horizonte o de tebeo: es la extraña mezcla de dulzura y sabiduría que hace incomprensible el resto de los días. Me mira nuevamente, un rescoldo de sol y eternidad atraviesa mi alma. Un amor perdido entre las jardineras. La seda descansando sobre la breve cintura. El vientre de terciopelo y el aroma de menta de aquellos ojos apenas olvidados. Los paseos al atardecer, calle abajo, solitario, como el dolido poeta que siempre quise ser. Los parques ajardinados y revueltos de la avenida. Sombríos. Algo así como un tango con ritmo de vals. Las estudiantes más bellas que pintor pudo imaginar. Las sonrisas caídas de tantos amores rimados. Y una brizna de melancolía en el paso entrecortado y grácil de las jóvenes en la plaza te remonta, ves, al tiempo azul de las azucenas. Un tiempo nocturno, de oculta tristeza y versos. De bellas misteriosas y largas tardes atravesadas por el hirviente viento del estío. Por eso la miras tanto. ¿Quién, ella o tú? ¿La plaza o ella? De alguna forma descubro, no sé muy bien qué. Algo de mí que yo mismo desconozco. ¡Tanto que no sé! Que nunca sabré y que intuyo conoces bien. Oh! Mona, se ha vuelto el fresco frío y me desazono. Vamos dentro. No mires más la plaza. La fuente, ya ves, no canta hoy ni cantará mañana. No es fuente, sino vanidad. No hay sosiego. Tal vez nunca lo hubo. Y aquella pena adolescente, ¿qué podría decirte? debiera haber sido convenientemente diagnosticada. De ahí, las secuelas producidas y los indeseados efectos secundarios de tantas medicinas inapropiadas. Analgésicos letales y socialmente incompatibles como los valses de Chopin o los poemas de Neruda. Ese paso mejoró mucho, Mona. Un… dos… un, dos, tres… Me miras. Comprendo. Tal vez consienta.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)