Echada en el suelo, parece que el tiempo se ha tomado un tiempo. Pero la punta, sólo la punta de la nariz basta para decirnos que algo le inquieta. Con todo, prefiere dirigir su vista hacia nosotros mientras sus barbas alfombran el suelo. Está quieta, ajena, como el mar, y, como el mar, la espuma de su pelo besa la arena del parqué. Así las cosas, uno no sabe qué pensar sobre lo que ella piensa. Porque hay algo detrás de ese flequillo, seguro, aunque todo niegue tal sospecha. Algo que ronda su frente de lana y seda… Como si una mosca inexistente revoloteara impertinente y zumbona. Y ni se molesta en espantarla, como hacen las vacas, con el rabo o las orejas. No. Echada en el suelo, así, mira por los rabillos altos de los ojos con más pena que gloria, a la espera de la esperanza o al olvido de los olvidos. Al pensar del pensamiento o a la rosa de los vientos. Esa mirada tuvo que tenerla Diógenes. Así que, discretamente, me aparto. Ahora el sol de oro atardecido lame su morrillo, y esta Pomona griega, cariátide chaise-longue cariacontecida, pone la nota de color carmín-geranio de su lengua y, creo, me sonríe con la punta de las orejas.
1 comentario:
Bella estampa contemplar a Mona en esos terminos.
Me gusta el título "la huelga de Mona".....menos mal qeu alguién hace una huelga de verdad, no como la que supuestamente teniamos convocada.
Raúl Sebastián.
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