Hicieron el poyo del balcón pensando en Mona. De pie sobre sus patas traseras, alcanza a descansar sus barbas y sus manos en la repisa, y aprovecha los huecos de las jardineras para otear la plaza. De un mirador a otro, algo torpes al comienzo, nacen los pasos de su vals. Su flequillo se mece al viento y al vals fresco de la tarde. De tan seria, se diría es perfil de moneda grande. Semblante abstraído y profundo de Platón con pelos. Pero el sol cae tras los edificios con la natural melancolía del poniente en las paredes. Y ella, curiosa sin fin, observa. Siempre ve las cosas por primera vez. Dos pasitos de sus pies y sus manos recorren el quicio a la vez. Y un… dos… un, dos, tres… Os lo dije, ya mejora el vaivén. La fuente ruge de espaldas al balcón. Es la catarata boba del insulto al artista loado. Pobre busto mendigo a la puerta tullida de un banco y monte de piedad. Pero ella, absorta, no advierte el hilo de sol que transparenta en sus propios ojos. Me mira, y comprendo… pero no consiento. Me requiere, pero le hago esperar. Más dulce será el abrazo. Además, me gusta verla así, escudriñando a lo lejos, desprevenida, traspasada de sol, igual a un niño prendado de horizonte o de tebeo: es la extraña mezcla de dulzura y sabiduría que hace incomprensible el resto de los días. Me mira nuevamente, un rescoldo de sol y eternidad atraviesa mi alma. Un amor perdido entre las jardineras. La seda descansando sobre la breve cintura. El vientre de terciopelo y el aroma de menta de aquellos ojos apenas olvidados. Los paseos al atardecer, calle abajo, solitario, como el dolido poeta que siempre quise ser. Los parques ajardinados y revueltos de la avenida. Sombríos. Algo así como un tango con ritmo de vals. Las estudiantes más bellas que pintor pudo imaginar. Las sonrisas caídas de tantos amores rimados. Y una brizna de melancolía en el paso entrecortado y grácil de las jóvenes en la plaza te remonta, ves, al tiempo azul de las azucenas. Un tiempo nocturno, de oculta tristeza y versos. De bellas misteriosas y largas tardes atravesadas por el hirviente viento del estío. Por eso la miras tanto. ¿Quién, ella o tú? ¿La plaza o ella? De alguna forma descubro, no sé muy bien qué. Algo de mí que yo mismo desconozco. ¡Tanto que no sé! Que nunca sabré y que intuyo conoces bien. Oh! Mona, se ha vuelto el fresco frío y me desazono. Vamos dentro. No mires más la plaza. La fuente, ya ves, no canta hoy ni cantará mañana. No es fuente, sino vanidad. No hay sosiego. Tal vez nunca lo hubo. Y aquella pena adolescente, ¿qué podría decirte? debiera haber sido convenientemente diagnosticada. De ahí, las secuelas producidas y los indeseados efectos secundarios de tantas medicinas inapropiadas. Analgésicos letales y socialmente incompatibles como los valses de Chopin o los poemas de Neruda. Ese paso mejoró mucho, Mona. Un… dos… un, dos, tres… Me miras. Comprendo. Tal vez consienta.
1 comentario:
La imagen de Mona asomándose por la barandilla del balcón ha traído a mi memoria un viejo recuerdo que pulula fresco por los entresijos de mi memoria.
Recordaba un regalo que me hizo mi abuelo Paco Solanes, una pequeña silla de madera que compró con gran ilusión. Recuerdo la cara de felicidad que traía cuando me la dio.
Pero la alegría le duró poco, pues yo con tres años era un niño curioso (casi tanto como Mona) y la silla me sirvió para ganar los pocos centímetros que me hacían falta para ver el mundo que había detrás de la barandilla de mi balcón.
El susto de mi abuelo fue tremendo, cuando me vio poner la silla y asomarme por la barandilla…………total, susto, disgusto y actitud precavida, la nueva sillita fue guardada para siempre en el armario, donde estuvo hasta que la subimos al pueblo donde está, nueva mirando desde su rincón al niño que fue y que ahora no necesita la silla para asomarse al balcón.
Suerte Mona, pero no te asomes demasiado…..Jajajaja.
Raúl Sebastián.
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