Arriba. Abajo. Izquierda. Derecha. Subo. Y otra vez aquí. Nada. Vuelvo a comenzar. Parece que… Pero no. Bueno, así es esto. Pasas cien veces por el mismo sitio y… voilà, cuando menos te lo esperas… No, tampoco esta vez. Caray, qué mañanita. Nada cae de sus manos, nada descuidan, todo lo apoyan bien. Jo!… Pero la esperanza es lo último que se pierde. Mira, mira… qué te decía, ahí está… qué nerviosa me pongo… que me meo… que va a caer… que me lo dice el cuerpo, lo presiento, sííí… Y se lanza en un sprint suicida ¡Eso es mío! ¡Que nadie lo coja! ¡Que nadie lo toque!… Pero bueno, cómo puede ser… Ni jugándome el hocico a cien por hora lo alcancé. De la pura nariz me lo han quitado… Un poco más y se zampa el calcetín. ¡Ya te dije que fueras con cuidado! Bueno, no te pongas así… Está visto que hoy no es mi día. Empecemos de nuevo. Cocina, pasillo, comedor, pasillo, cocina, pasillo… Nada, que no. ¿Es martes y trece? ¿Se olvidan de quién soy? ¿Acaso porque abrevien mi nombre pierde su alta potestad y rango? Soy POMONA, no Mona, y soy la diosa de los frutos; como FLORA, mi aromática hermana, lo es de las flores. Y voy de cosecha. Eso. Que os enteréis! Que os quede bien clarito!… Pero el suelo sólo está sembrado de sus juguetes. Ni un mísero papel, ni una bolsa o un crujiente celofán que desgarrar. Rien de plus, piensa. Y sigue su ronda, girando, como acostumbra, al ritmo del vals. Y un… dos… un, dos, tres… Pasillo, cocina, pasillo, salón, pasillo, estudio… Buf!… Me tumbaré un rato. Como si abandonara. Eso los confiará. Así, con el morrito sobre el suelo, sin consuelo posible. Oh! qué pena penita más grande tengo… Fijaos, qué triste es ahora la música, n’est-ce pas? Es un vals-mussette, una lágrima de vals en el París ocaso más violeta que imaginar podáis. Pero, qu’est-ce qu’il y a? Mira en derredor. Mon dieu, n’est pas possible! ¡Ya lo tengo! Y el fino y nuevo calcetín de seda cuelga, en un bendito equilibrio de caliqueño, de su comisura izquierda. Ágil, pero sin correr –no levantemos la liebre- desaparece, con un reojo retrovisor, de la escena. Ahora, bien sujeto por sus manos, Mona chiclea el fruto de su paciencia ante nuestra histeria de novatos padres para tan sabia aprendiza. Pero, quítaselo!… ¿Cómo?… Grrrr!… ¡Me ha mordido!… La madre que la pa… A ver qué dices. Mira. Mona, mira… Mona, mira lo que tengo… ¡Humm, qué bueno!… Ven, toma… Jamoncito… del que a ti te gusta…¡Pipi-premio! Qué bien!… Sí, guapa, ven, suelta eso… si eso no se come… Grrr! Y, vuelves a intentarlo, con la galleta que la enloquece, con el dulce que la obnubila, con más jamoncito que la funambuliza, y con el chocolate que la traspone y metafisiza… Parece que olvidó el calcetín. Así, eso es, que no vea cómo te aproximas… Sí, ya casi lo tengo, ya casi estoy… Aprovechemos su levitar de cacao… Grrrr! C’est à moi aussi, comprenez-vous?… Grrr!… Coño, perdón, caray, qué susto me ha dado. Si miraba para Murcia. ¿Y, ahora qué?… Grrrr!
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