martes, 3 de agosto de 2010

La petite valse

Mona, no lo entiendo ni yo ¿Cómo quieres que te lo explique? Hay hombres con caramelos malos. Brujas con grandes calderos que hacen consomé de niño. Reinas que cortan las cabezas. Y babas de caricias como vitriolo y vorágine que dejan profundas cicatrices en la mirada. Ya sabemos que el bosque está encantado y que los vacíos carruseles en el crepúsculo no son aconsejables para los niños, incluso si en su maletita llevan el antifaz, el peluche y los collares. Ya sabemos. Y como gran verdad, decimos: no te fíes. Nada cojas, de quien nada sabes. Vuelve a casa sin jugar y sin ver los atardeceres. No estés sola ni con tu sombra. No te creas que ancha y tuya es la tierra porque en ella naciste. Eso no basta. Acuérdate de Pinocho. Y así, sin apenas notarlo, nace la melancolía de los jardines. Las horas y horas tumbado en el escalón del mediosol y los tenues besos de luz colándose entre las hojas acartonadas del magnolio. Mientras, duermes con los ojos abiertos, comes rabos de trébol para endulzar el alma y huyes de las pepitas rojas del magnolio porque quieres bailar algún día al ritmo del vals. Un… dos… un, dos, tres… Luego, paseas. El jardín cerrado es seguro como una jaula de plata. Escarba en la tierra hasta que afloren las lombrices de café con leche. Hurga entre las flores y descubrirás el mundo. El jardín y su trabada cancela. El jardín y su fuente que no canta. La celinda más grande del universo y sus flores de nata para libar. Hay hombres malos como caramelos. Ogros que te quitan los besos para siempre. Castillos de incienso donde el diablo reclama diariamente su ración de paz eterna. Oscuros lugares donde se marchita la risa en cuanto entras. Donde el sol es un tubo blanco que parpadea sobre cuatro mapas de un mismo lugar sin magia. Sobre 100, y otras 100, y otras tantas, para recordar que no hablaré más en clase. O sobre tus dedos desaparecidos entre miles y cientos de miles de absurdas cuentas metálicas, aceitosas, de un collar imposible, entre millares de tornillos que borran tus huellas ya desgastadas… Y tú no sabes qué hacer con la maleta repleta de antifaces, peluches y collares. Es entonces cuando conoces algo tan extraño y agrio como el grito mudo del horror. Un grueso nudo, sordo, que te obstinarás, inútilmente, en tragar hasta el fin de tus días. Sí, existen caramelos malos como hombres. Odian la risa de los niños con maleta y antifaz. Les parten el lomo y el corazón. Los cubren de un polvo ceniciento que jamás podrán borrar. Y no creas que lucen navaja faltriquera o destella su único diente al sol. Mucho más simple: cuidado con los trajes cartoné y las caretas moderé. Cuidado con los abstemios y los que son “ejemplo de”… Llegarás a creer, o así lo esperan, que no sirves para bailar el vals. Ahora, Mona, escucha la petite valse. Es triste, sí, pero es tan real como una almendra amarga y tiene su rara esencia oriental. Un… deux… un, deux, trois… Su quieta melodía repite el tiempo sin avanzar. Obsesivo ritmo, compulsiva voz… Era un niño que calló. Dobló con cuidado el abrigo de paño vuelto. Fijó los ojos en el carrusel y decidió quedarse, cual pájaro triste y seco, en la jaula de plata del jardín. Alguien, muy respetable, le aconsejó, tras ofrecerle un caramelo, que la maleta y su contenido eran para olvidar. Te quedas atrapado en esta melodía espiral, en esta luz ligeramente lechosa de una tarde incierta barrida por el viento de las furias desatadas al abrir la maleta y prender fuego al antifaz, el peluche y el collar. Tú, Pomona, diosa de las frutas, sabes de quién hablo. Y te quedas atrapado para siempre en la idea de que aquello pudo ser mejor. De que aquello pudo no ser. De que aquello no debería nunca haber sido. De que aquel hombre nunca trajo caramelos, que en el jardín cantaba una fuente clara y un limonero, y que aquella alma en la vida fue, tan niña aún, como un carrusel vacío en el crepúsculo.

Foto de Roger Rodrigues

2 comentarios:

jorge bascuñan dijo...

¡¡ozu pixa!! ¡¡que fuerte!!

Concha dijo...

El relato es bueno pero muy triste,algo me explicaste ,pero nollego a comprender,me deja un sabor de infancia agridulce y solitaria que quema,que me quema por dentro,algunos recuerdos del ayer.