Eduardo Haro Tecglen escribe un artículo sobre algo que le sucedió en París: su encuentro con una mujer muy especial. Parece ser que regentaba, mejor dicho, era la dueña, de una pequeña pensión llamada Alsacia y Lorena, en la rue Canettes de París, en donde éste se hospedó durante un tiempo. Un día le dejó un escrito, algo más largo que los habituales, acerca de un visitante que había ido cuando él no estaba, y al que describía perfectamente. Llamó la atención de Haro Tecglen lo bien detallada y precisa que era la nota. " 'Escribe usted muy bien'. 'Es que me enseñó mi señor'. Su señor fue Proust, y ella era Céleste Albaret… Años después, Celeste Albaret escribió un libro excelente, que se llamó Monsieur Proust" Como él dice, Céleste había sido: "hasta entonces el ama de llaves, o muchísimo más -secretaria, acompañante, confidente- [y]vivía inadvertida." Este libro trata de recuerdos recogidos por Georges Belmont en 1973 y fue traducido al español en 2004 por Elisa Martín Ortega. En su introducción, Belmont nos dice: "Cuando murió monsieur Proust, mundialmente famoso, en 1922, hubo una avalancha para conseguir el testimonio, los recuerdos, de la mujer a la que él llamaba su "querida Céleste". Mucha gente sabía que era la única poseedora (por haber estado junto a él día tras día, durante los ocho años fundamentales de su vida) de las verdades esenciales acerca de la personalidad, el pasado, los amigos, los amores, la forma de ver el mundo, el pensamiento, la obra, de ese gran enfermo genial... En definitiva que se mostraba ante ella, como ante nadie más. Céleste era el testigo capital, estaba en el centro de todo. Pero durante cincuenta años, no quiso hablar. Su vida, decía, había concluido con monsieur Proust. Si él se había encerrado como un recluso en su obra, ella sólo quería vivir recluida en su memoria". Céleste, hija de una familia humilde, procedía de un pequeño pueblo llamado Auxillac, en la región de Lozère. En 1913, con veintiún años, recién casada con Odilon Albaret, chófer de Proust, llegó a París y se instalaron en un departamento, de un edificio nuevo, en Levallois. Al principio se sentía algo perdida, sola y triste en aquella ciudad tan grande y lejos de su familia. Era una muchacha inexperta en las labores del hogar y poco desenvuelta tal como cuenta ella: "Mi cuñada me dio consejos y me enseñó algunas cosas… Además, mi marido mostró tanta delicadeza en todo, tanta amabilidad y tanta paciencia...". Odilon había pedido permiso a Proust para ausentarse un tiempo porque iba a casarse e instalarse con su mujer. Un día, propuso a Céleste acompañarle al 102 del boulevard Haussmann, para decir a monsieur Proust que volvía a incorporarse a su trabajo de chófer. Nicolas Cottin, criado de Proust, se empeñó en comunicarle a su señor la llegada de Odilon. Y es aquí, donde llegamos al punto más importante del motivo de mi relato. En las siguientes palabras de Céleste Albaret, intuyo e imagino lo que sintió esa mujer ante la presencia de Marcel Proust. Sin duda es lo que llamamos un amor a primera vista. La descripción que hace del "gran señor" que aparece de pronto, no es otra cosa: "Monsieur Proust vino a la cocina. Aún le estoy viendo. Llevaba sólo un pantalón, y una chaqueta sobre una camisa blanca. Pero me impresionó de inmediato. Vi que entraba un gran señor. Parecía muy joven. Estaba delgado, pero no escuálido, tenía una piel muy bonita y unos dientes blanquísimos, y le caía sobre la frente aquel mechón, que siempre vería en él y que se formaba por sí solo. Y esa elegancia magnífica y esa curiosa forma de estar, esa especie de contención que he observado después en muchos asmáticos, como si quisieran ahorrar los esfuerzos y el aire. A causa de su aspecto delicado, algunas personas lo han imaginado más bien pequeño, pero era tan alto como yo, que no soy baja, puesto que mido casi un metro setenta y dos. Mi marido le saluda, y monsieur Proust, que adivina quién soy me dice, mientras me tiende la mano: -Señora, le presento a monsieur Proust, desaseado, despeinado y sin barba-. Estaba tan intimidada que no me atreví a mirarle. Él dirigió a mi marido unas frases que no pude oír, porque, mientras hablaba daba vueltas a mi alrededor y yo advertía que me estaba observando. Pero, al mismo tiempo, percibí en él tanta delicadeza y tanta dulzura que esto me intimidó todavía más". La madre de Marcel, mujer muy culta , a la que él tanto amó, que por su exceso de protección se comportó en ocasiones como una tirana para su hijo, volvió así ha reencarnarse en una joven menos cultivada pero sensible, fiel, abnegada, paciente y enamorada. Una mujer desinteresada que nunca deseó nada más que vivir para su señor. Fue "ma chère Céleste".
4 comentarios:
M'agrada que les dones "inadvertides" ens fem presents. Benvinguda a la xarxa.
Benvinguda a la xarxa. M'agrada que les dones "inadvertides" ens fem presents.
Vida-Rosa, moltes gràcies per passar-vos. A vorer si ens fem el ànim i escrivim entrades en valencià. Fins aviat.
me parece una historia muy interesante,esta mujer,es muy dulce cuando habla,con tanta ternura,y el testimonio en primera persona de la muerte de Proust es increible.
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