Tiene los ojos tristes e inquietos de los que no saben mentir. Privilegio que comparte con los bebés y las avispas. Y en sus pupilas medrosas juega, vacilante, el velo marrón de los besos dulces y el mordisco fácil. Es un
norit de algodón enano cuyo cuerpo ha desaparecido entre copos de caricias blancas. Pero en su extremo sabio, emerge, autoritaria, una punta escolar, un lápiz que olisquea –sorprendidos siempre por tan bello triángulo- el pensamiento. Tal vez sabe que los hombres le partirán el lomo o el corazón. O ambos dos. Quizás intuye que las manos tienen dos caras y muchas formas de ser usadas. De aquí que, si alguien mojó sus orejillas en café con leche antes de besarlas, también es cierto que su salvaje inocencia no hace juego con el aburrido mantel de la sobremesa. Por eso, mira y besa, así de tonto. Por eso, recela y muerde, así de fácil. Por eso… como el tango. Ahora es poco más que un palmo de vida, que un montón de preguntas. Aún no sabe que le hablarán, que le buscarán un nombre – ¿qué es un nombre?- y que le dirán dónde y cuándo… de todo y para todo. Aún no sabe… nosotros, tampoco, y casi mejor. Por eso, al llegar a casa, yergue pronto el espinazo –parece que en pocas horas creció- y levanta, cual banderita pirata, su rabillo al viento. En su nombre, toma la fortaleza. ¡Veamos qué botín logré…! Como apenas anda, trota. Se desplaza como un pañuelo de fina seda sobre el suelo, flotando su pelaje blanco al ritmo del vals. Oh!, el vals.
La grande et la petite valse. Una lágrima de terciopelo me toma entre sus brazos. Salgo, entro y vuelvo a salir. Repito, repito, repito la vez. Y un… dos… un, dos, tres… ¡ale hop! Huelo aquí y allí también. Un… dos… un, dos, tres… No me toquen, no me cojan… que pierdo la vez. Y un… dos… un, dos, tres… Ahora subo, ahora bajo.
Quelle tristesse de la valse heureux! Un… dos… un, dos, tres… Mi cuarto, mi silla, mi agua, mi pienso… ¡No lo quiero! Un… dos… un, dos, tres… Mi sillón, mi sofá, mi manta, mi cama… ¡Tampoco la quiero! ¡Todo es mí…! Y un… dos… un, dos, tres…
Oh! El baile ha de acabar
¡Qué contrariedad! ¡Qué ebriedad! Porque ahora mismo…
me voy a mear.
Un… dos… un, dos, tres… ¿Por qué no me dejan seguir? Sólo hacen que chillar y yo sólo quiero bailar. ¿Qué pasa? Señalan el pipí del pasillo,
porquoi? ¡Pierden el compás!
Mon dieu, qu’est-ce qu’il y a? Un… deux… un, deux, trois… El resto de esta pesadilla inicial, escríbala usted, amable lector, si el ánimo no le falla y el pulso no le tiembla. Deje que le guíe su experiencia o su conciencia… total, parece que, hoy en día, lo mismo da. Eso sí, haga lo que haga, siga el ritmo del vals.
Un… deux… un, deux, trois
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