Si alguien definiera la belleza, Mona, se acabaría el arte. Si alguien definiera el arte, se acabaría el hombre. Porque el arte es una patraña que nos hace humanos. Y la belleza, una pamplina que nos hace buenos. Si alguien definiera la rosa, el poema sería imposible. Dejemos, pues, la rosa, y escribamos los más bellos versos que al nombrarla la ignoran. Si alguien supiera la música de esta luna como un sol de plata y navaja, y de las gaviotas atardecidas como pájaros de papel que la atraviesan –extraña estampa japonesa en imposible latitud- se cerrarían los pianos para siempre y la fuente, sin canto, quedaría seca. Así, que si, en un tonto descuido, se diera con la clave de los recuerdos, sin más dilación, moriríamos, apenados por haber resuelto definitivamente la tontería metafísica y su hermana ruin y perversa, la teología. Por tanto, mejor una buena pregunta y la callada por respuesta. Pero cuando oigo el dibujo, veo la música o palpo el poema, tengo la certeza de entender el mundo. Y, así, hay un día en la vida en que quedas prendado. Todo se justifica, entonces. ¿Quién lo entiende? Ah!… ¿Qué es?… Adivínalo. Nada bueno hacemos sin ello. Nada somos. Tan sencillo, que asusta. Sólo tiene cuatro letras. Ahora, soy yo quien pregunta… Adivina, adivinanza… y empieza por… No es una, sino tres; y si las sumas, en orden, verás otras tres.
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