Redonda. Oscura. Como el ámbar húmedo de los perros abandonados. Unas finas líneas, a lápiz, encierran la belleza egipcia de tus iris y osiris. Si parpadeas, veo alas de mariposa tornasoladas y una purpurina infantil impregna las yemas de mis dedos. ¿Por qué hay tanta bondad en esas pupilas bobas; tanta, que a veces olvido que no eres de trapo, y que preguntas, una y otra vez, con esos ojos calmos y blandos? Pero, ¿qué preguntas? ¿Por qué? Una y otra vez abiertos y esperando. Y otra vez. Oscura y redonda. Todo un teorema de Pitágoras para el lápiz de tu hocico. Ah! Mona, ¿qué quieres saber? El delicado giro de tu cabeza apenas disimula la nostalgia de la primera sonrisa que os dirigieron los hombres. ¿Qué quieres que te diga? Yo tampoco lo sé. Recuerdo esos ojos tuyos en otros ojos de miel. ¿Podrás creerlo? Mi madre se despedía sin saberlo. ¿Qué puedo decir, Mona? Yo tampoco lo sé. Tu mirada es la nostalgia limpia de un paraíso que nunca conocí. Pero, ¿puedo saber qué visteis en aquella sonrisa?… Ahora, miras, saludas y preguntas, todo a un tiempo. Siempre fue así, y nosotros, por toda respuesta, os regalamos la hundida y negra mirada del diablo. Ah! ¿Por qué, por qué preguntas?
1 comentario:
Sabes que me entristece este cuento,los ojos color miel y su despedida,pero ¿para qué son los recuerdos?.Son para siempre.
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