También el alma, si quiere reconocerse, tendrá que verse en otra alma (Platón) À savoir, quelle tristesse de la valse heureux! (Mona) La monedita del alma se pierde si no se da (A. Machado)
Castigada en el pasillo largo y oscuro. Acostada. Con el morro barriendo el suelo de piedra y espatarrada, espera, Mona, a la Espera. Con esos ojos tan arrepentidos como la ausencia total de culpa pueda producir. Nada importará lo que pretendáis resistir, la entereza o decisión inquebrantable que estéis dispuestos a exhibir. Sin previo aviso, reventará en vuestro pecho, como un súbito champiñón, toda la conmiseración del mundo. Y ella lo sabe. Sabe esperar como un pajarillo desvalido y con muletas. Como un micifuz bolita tierna de algodón –qué goloso pastel de palabras- o un minino olvidado con cabestrillo y antifaz. Sabe sacar al niño tonto que algunos conservamos en las entretelas. Quién recuerda ya el mordisco furioso y desproporcionado, la gota de sangre caída o su mirada de loba esteparia? Quién? Si lo que realmente os dolió fue el bocado en el alma. Pero, aún así, quieres que comprenda. Que no se muerde la mano que te da de comer. Que somos amigos. Que nosotros nunca te haríamos daño. Pero Mona no sabe qué es eso que llamamos mañana. No imagina que tú llenarás, por enésima vez, su comedero con ese odioso y fétido pienso de galletitas súper equilibradas que le procurarán una vida larga y le impedirán otra de placer. Lo suyo es suyo y lo vuestro también, por tanto sois una potencial amenaza. Lo tomas o lo dejas, como las lentejas. Punto y pelota, y te lo comes con patatas. Su fidelidad será fruto de la paciencia o no será. Observas cómo, tímidamente, ha ido aproximando sus posiciones. Son pasos cautos, de mano derecha suspendida, rabo gacho y vuelta a la postura alfombra. Es casi técnica de guerrillero de Siam o soldado bengalí, avanzar y amagar, confundirse con el entorno, mimetizarse con las baldosas. Eh! Creo ver la mano de my lord en esta astucia. Caray con el darling. Así las cosas, decides afirmarte en tu postura, vana decisión, el agravio se diluye definitivamente, cual niebla de primavera, con los primeros rayos del sol de sus ojos. Anda, Mona, ven aquí, ya puedes entrar.
Oh!, cómo iba a saber todo eso. Es el primer my lord que conozco. A partir de ahora iré con más cuidado, con mucho más cuidado. Por favor, no lo tengáis en cuenta. Decidme algo, porfa… Caray, qué duros… Mona, me vas a hacer caer. No te metas entre mis piernas. Pero, qué quieres? Qué pasa?… No sé, pero, desde lo del pasillo, está tan pegajosa… Pero miradme, que os estoy mirando. Ahora se van al salón, caramba. Os decía, que yo no sabía que los ingleses, perdón, que los gatos no son de fiar. Era tan fino y elegante, con sus bigotes primorosos, y esos ojos como aguamarinas. Creí que lo del pasillo os gustaría, que era vuestro juego predilecto. Cómo me engañó Lord Mino, mon dieu! Os conocía, eso es seguro y, claro, yo caí. ¿Cómo no iba a caer? Si sabía hasta lo de los eructos en francés. No volverá a pasar, os lo juro por San Bernardo. Otra vez al pasillo. Y a la cocina, jo!… Mirad, patas arriba, me someto… Nada, ni caso. ¡Que estoy aquí!… Mira, ahora quiere que le rasques la panza ¡Será sinvergüenza! Y después de lo que ha hecho. Es una fresca, ni caso, que sepa que estamos enfadados. Pero si ya ni se acuerda… Me estoy poniendo triste, muy triste. No quieren perdonarme. Son tan duros. No comprenden que he sido engañada. Y, ahora, me siento humillada. ¿Por qué no escuchan? ¿Tan difícil es sentir lo que yo pienso? Yo capto absolutamente todo lo que ladran en su raro idioma. Y vuelta al salón. Aprovecharé que se sientan a comer. Esta es la mía. Mira, papi, yo te explico… ¡Baja, al suelo, inmediatamente, bájate! Sabes que nunca te damos de comer aquí. Si te pones pesada te sacamos al pasillo. Si te damos comida, el pienso no lo vas a querer ni con guarnición de chorizo… No quiero comida. Sólo que me prestéis atención. A ver, mami, atiéndeme. La cosa no salió de mí. El lord ese… ¡Basta! Fuera de aquí. Fuera, Mona. ¡Enseguida!... Pero hombre… Nada, nos ha dicho el domador… De leones, ¿no exageras?… Bueno, lo que sea. Hay que dejarle claro quiénes mandamos aquí. La jerarquía. Ella como mucho es el 3. Venga, fuera… Pero, ¿qué razón de la sinrazón que a mi razón acude es ésta? No lo puedo evitar, mis dientes empujan, van a salir, mi morro se retira, gruño mal y feo, no me gusto, con dolor, con pena, con odio, os quiero, lo siento, sacáis la loba que hay en mí… Lo que nos faltaba, ahora se pone agresiva. ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fueeera!… No me mires así. ¿Ya no me quieres? No me mires así, por favor, me partes el alma. Se me borran tus ojos dulces. Me los robas. No aguanto tanto dolor, tú ganas, bajo el rabo, me voy. ¿Qué quieres, el pasillo? Pues al pasillo. Que me tumbe?… Alfombra soy. Pero que te conste que la culpa es de ese inglés maldito.
¡Ya estoy aquí! ¡Mira qué tengo! Eselpatoeselpatoeselpato. A que no me lo quitas? ¡Que te digo a ti! Eslatortueslatortueslatortu. ¿A que no te puedes resistir? ¿Eh? ¡Venga! Eselosoeselosoeseloso. Oye, este es fácil de atrapar, pero como eres un poco tonto. Eseltigreeseltigreeseltigre. No temas, que quedan más. Eslaranaeslaranaeslarana. Ahí va, ¿qué te parece? ¿Tampoco? Eselhuesoeselhuesoeselhueso. ¡Venga, juega conmigo! ¡Venga, juega conmigo! Pero, ¿qué hay mejor que esto? ¡Juega conmigo! Bueno, tú te lo pierdes. Claro es mucho mejor esacosaesacosaesacosa que os tiene atontados. Un ratón, dicen, sin pelos, atado por el rabo más largo que nunca vi a un cuadrado de luz. Y se ponen unas cosas en las orejas. Y, lo que es peor, ¡le hablan! ¿Pueden creerlo? Y ríen, además. No sé si de mí, ahora que lo pienso. Y mientras, yo estoysolaestoysolaestoysola. Chim-pum.
Esparcidos por la casa. Abandonados en cualquier rincón. Pobres muñecos de un arrebato. Dicen que algún día, alguno de ellos será acunado por el amor inexplicable de una madre. Lo dudo. Pero mientras… más que compañeros de juego, son proezas de iniciación, méritos para subir escalafón en la tribu. Oso, pato-rosa, tortu, gran kan, silbiditos, koalita, tigre, kanito, piolín –cómo no?- y un largo etcétera de envases de zumos, geles, medicamentos… y la pelota. Ah! Y burrito. Todos los días, Mona, sigue el mismo protocolo, con la fría precisión de un relojero: a) los trinca, uno a uno, bien trincados b) los descoyunta sumariamente, sin contemplación alguna, y c) comienza su mordisqueo voraz. Si lo que pretende es involucrarte en la tragedia, entonces el procedimiento sufre la siguiente variación: a) trinca uno, bien trincado b) se dirige, escopetada, hacia ti, enredándose en tus piernas con la presa aún viva, al tiempo que le parte el espinazo c) la desmenuza encima de uno de tus pies, y d) repite la operación, en riguroso orden, con cada uno de ellos. Y diréis, ¿dónde está el juego? Primero, y principal: restregártelos en tus narices, dejando bien claro que no tienes nada que hacer sobre su propiedad. Segundo, y no menos importante: se trata de trasladarlos continuamente, con lo cual, el pobre peluche adquiere vida propia, existe, es. Y tercero –siempre hay un tercero- pero, la verdad, no se me ocurre ahora… Olvidados sobre el terrazo, van adquiriendo la tristeza de los atardeceres, la melancolía pausada de las miradas perdidas, la nostalgia ácida de los amores rotos… Con lo que yo fui para ti: el más certero de los pistoleros, el corcel veloz entre los alazanes árabes, el mágico antifaz del guerrero o el maravilloso collar de la reina de Saba y sus bailarinas de formas y sedas cegadoras. A ver, dinos, cuándo te hemos fallado, cuándo una arquitectura de fantasías se ha desmoronado por culpa nuestra, cuándo, saciado por nuestros besos de pantalón corto, no has dormido el mejor de los sueños? A ver, dinos. Pero, claro, no se te ocurre el juego tercero o la tercera razón del juego… Que no caes? Claro, era de esperar. Alargaste tus pantalones o cubriste tus rodillas con la falda, y has olvidado lo principal. Tampoco comprendes, es evidente, los pipíes de Mona en lugares no acordados. O sus idas y venidas, pendiente de tu despertar. No comprendes… Dime, ¿en qué lugar del camino quedó aquel tiempo sin horas, blanco de tragaluz y galería, repleto de tal misterio que aún hoy te estremeces sólo de pensar, aquél en donde todos nosotros éramos…? ¿Qué éramos?… Claro, no recuerdas… Callaos ya, dejad que entre el aire fresco de esta tarde que inaugura Abril con su torbellino de geranios ásperos, escolar hierbabuena, jazmín seductor, rosas de celofán y celinda de algodón. No me habléis de lo que no quiero comprender. Se ahogan los recuerdos dormidos, una vez más, entre las flores. Hubo un día que la saudade despertó. Hubo el día en que la magia salió de las cosas. El día en que una caja pasó a ser definitivamente un bulto. Ese día olvidé la tercera causa del juego… Pues es un secreto a voces, darling… Eh! Mino, eres tú? ¿De dónde sales? ¡Qué alegrón! ¿Pero, por dónde andás, pelotudo?… ¿Y ese acento porteño?… Pues yo soy el primer sorprendido, la verdad… Tú mismo, mon chéri.
Deja, Mona, que dedique este vals a todos aquellos niños que, a diferencia de ti, nunca podrán bailar el vals. Hay tantos golpes en la vida… que al pensar en algunos casos concretos siento la negra y profunda tristeza de las simas oceánicas. Así que, dicho y hecho. Aquí está el vals que no es vals. Nadie podrá bailarlo tal cual. ¿Danzarlo?… Tal vez. Pero, dime, qué mérito puede tener bailar el vals del falso vals? Aspiro a que sea una espinita clavada, una piedra en el zapato, un tropezón inesperado. Digamos, que es el derecho de réplica de las florecillas holladas del camino. El pataleo de los polluelos arrojados antes de alzar el vuelo. El j’acusse de los inocentes y desprevenidos, de los buenos. Un… deux… un, deux, trois, quatre?Oh!, c’est comme ça! Para todos aquellos que, con sus pies ágiles y veloces como Aquiles, creen dominar el reino volátil del vals, he creado su talón de fino cristal. Un tendón de papel cuché. El inesperado desajuste del glamour y la serpentina. El sudor nuestro de cada día aflorando entre los oropeles. Atrévete y tal vez ya no vuelvas a bailar como antes el vals de giro despreocupado y loco, de dulce y maravilloso abandono: un… deux… un, deux, trois… quatre? Te avisé, estas cosas marcan para siempre. Una venganza muy inglesa, darling. Sí, lo admito, pero con la elegancia y el savoir faire parisién, ¿no crees?…
No sé a ciencia cierta si quiero contarte esta historia… ¿Sabes?, creo que una de las cosas que más admiro en vosotros, los llamados animales, es que tenéis cara de lo que sois. Entiéndeme, no me malinterpretes, nunca adoptáis poses de salva-patrias o de intelectuales, de líderes o de profetas, de locos geniales o de alcahuetas. Cuando conozco a alguien-persona, no tiene sólo cara de hombre o de mujer. Sólo los niños; bueno, algunos niños. Incluso, y es lo más de lo más, encuentras quien se presenta como un nombre y apellidos-trabajo, su maldito y estúpido trabajo. ¿Puedes creerlo? Fulanito de tal, esto y lo otro, lo de más allá y en tal sitio. ¿Qué te parece?… Con lo bien que suena: Fulanito. Punto y pelota, como tú dices. Así que… Aquí, Mona –bueno, Pomona, si así lo quieres. Y ves a una perrita guapa, renegona y malas-pulgas. Sí, comprendo tu inquietud. No es nada el hombre sin careta. ¡Qué pereza tan grande te da todo esto! ¿Verdad?… Ya te lo dije, no estaba seguro de querer contarte… Dile a Charles, tú que puedes, que todo sigue igual o peor; sí, bastante peor que cuando nos dejaron él y su entrañable Edgar, cuervo incluido. Ahora, escucha ¿Qué crees que pueda ser? Tengo como un suspiro atragantado, una emoción escondida con cara de hastío que naufraga entre el pasado y el rancio mobiliario negro del salón, y no sé qué pensar. ¿Tú qué opinas?… Ya, claro. No debí contarte esta historia. Comprendo. Mil perdones.
No sé bien si sus ojos son grises, azules o pardos, porque el velo de sus cataratas me impide encontrar lo que fueron. Pero esos ojos agrandados, lacrimosos y bolsudos , me persiguen obsesivamente. Yo quisiera dejarlos de ver en mi mente continuamente, y no lo consigo. Filomena , no está sola, pero está muy sola. Otros ojos tristes, ausentes, apagados, rencorosos o inquietos la rodean, pero me parecen más resignados, y yo no puedo dejar de recordar los suyos, quizás porque se asfixian de ser ignorados. A casi todos los ancianos les vi alguna vez en compañía, pero a ella nunca. Me reconoce siempre que me entrevé, desde el primer día que le hablé, aunque su mente está ya bastante confusa . Creo que está tan ansiosa porque alguien le dé un poco de ternura o conversación , tan cansada de que no la vean, y si no, la acallen diciéndole "luego Doña Filomena, luego"."No le hagas caso". Cuando habla sólo habla de dolor y de lo mucho que la ignoran . Ya no habla de si pasa frio o de si ese día la comida estaba buena o mala, de si se aburre o de quién fue en su juventud. No encuentra la resignación que algunos otros parece que van encontrado. Lo triste, lo que más le angustia es no ser percibida. Cuando me voy precipitadamente y la encuentro en mi camino, no puedo evitar al menos decirle adiós, como a sus otros compañeros, pero Filomena siempre me atrapa y me hace caer en la telaraña de su ansiosa vida. A pesar de mis prisas intento apaciguarla . Mi corazón, que ya llega enfermo y se marcha, a pesar de la costumbre, medio roto, de pronto no puede más que volverse casi de piedra y después de pararme a escucharla , decirle: "No se enfade, mujer, no se enfade". Cortarle la palabra y despedirme "ya terminaremos de hablar, ¡hasta pronto!, hoy tengo prisa". Me entristece tener que decir, al fin y al cabo, algo parecido a ese repetitivo " luego".
¿Paseo? ¿Calle? De la rue? Qu’est-ce que c’est? Huy, qué nervios tengo! Sí, lo habéis adivinado, ¡que me meo!… Me atan, pero… pourquoi?… Era pequeña y blanca como un rollito de primavera. Sus bucles dorados eran resortes de luz. Y sus mofletes rosados trotaban al compás. Pasito a pasito para no resbalar. Vuelvo a subir y me vuelvo a lanzar. Un… dos… un, dos, tres. Se zambullía, estrepitosa, tras saltar empecinada sobre un trampolín que nunca pudo mover. Tan ligera, tan veloz, tan pequeña ¿será el eterno bebé de la familia?… Recordar el primer paseo de Mona me trae esa mezcla de piscina, levedad y querubín. Andar de puntillas desafiando la gravedad, como los santos. Flotar, flotar, flotar al ritmo del vals. Oh, qué inmensa cualidad! Un paseo por los aires es como estar más cerca de los ángeles buenos. Un paseo con los papis es como estar más cerca del… vals. Para bailarlo, se necesita dejarse llevar: gira sin pensar o caerás. Un… dos… un, dos, tres… Para bailar el vals hay un agujero en el cielo de esta noche negra. Un agujero redondo y puro como la flor del algodón, un agujero a través del cual se pierde el miedo a los perros y al vals.
Es el sueño como placer. El que gozas como un suspiro de amor. El que sabes que puedes evitar. La noche te obliga a dormir; la tarde, y su aroma a sal y brea, te invita. Ese es el sueño del vals parisien. Un… dos… un, dos, tres… El sol del norte resbala, pálido, monte abajo y Marte ajusta su bohemia en el jergón. Deja que el viento sople en las palmeras de un sur que perdí. Aquí, un breve rayo de luz sirve para pintar. Y un simple cielo encierra el universo estrellado y arrebatado de un tulipán desarraigado que, en el espejo, viose girasol. La terraza es una sola mesa. Y la absenta, el sólido pavimento de los sueños. Sin embargo, la lluvia desorientada de los cristales me recuerda la nostalgia de lo que no conocí: el carromato desvencijado, la guitarra suave comme les nuages, la tarde verde-marina y blanca como los trenes de un austral y lluvioso sur. Un… deux… un, deux, trois… Ahora, Mona, duerme. El aguacero resbala entre piedras blancas y piedras negras. Alguien recuerda como morirá. Nunca conoceré Montparnasse.
Echada en el suelo, parece que el tiempo se ha tomado un tiempo. Pero la punta, sólo la punta de la nariz basta para decirnos que algo le inquieta. Con todo, prefiere dirigir su vista hacia nosotros mientras sus barbas alfombran el suelo. Está quieta, ajena, como el mar, y, como el mar, la espuma de su pelo besa la arena del parqué. Así las cosas, uno no sabe qué pensar sobre lo que ella piensa. Porque hay algo detrás de ese flequillo, seguro, aunque todo niegue tal sospecha. Algo que ronda su frente de lana y seda… Como si una mosca inexistente revoloteara impertinente y zumbona. Y ni se molesta en espantarla, como hacen las vacas, con el rabo o las orejas. No. Echada en el suelo, así, mira por los rabillos altos de los ojos con más pena que gloria, a la espera de la esperanza o al olvido de los olvidos. Al pensar del pensamiento o a la rosa de los vientos. Esa mirada tuvo que tenerla Diógenes. Así que, discretamente, me aparto. Ahora el sol de oro atardecido lame su morrillo, y esta Pomona griega, cariátide chaise-longue cariacontecida, pone la nota de color carmín-geranio de su lengua y, creo, me sonríe con la punta de las orejas.
Como un trapo abrazado. Así se abandona. Peluche que suspira mientras hace la ronda del balcón. Ahora la plaza, ahora la calle. Reina en este lugar desde el trono aéreo de mis brazos. Y es feliz, lo sé. Sus diminutos pulmones se llenan de un gozo pleno, luminoso, ancho y terso como un mar nunca visto. Luego, sopla. Mira las palmeras que rodean la fuente-catarata: soy la reina de Saba! Sus súbditos le adoran, señora. Rocían de pétalos los rincones husmeados por su excelencia. Todo aquel oscuro escondrijo donde vuecencia posó sus ojos ha sido cubierto de albahaca y jazmín tierno. Y los venerables sitios que usía ilustrísima pisó, ven extenderse velas infinitas de besos azucarados. Todo ello en señal de pleitesía que no pleitea. Vea, oh! princesa entre princesas, el perfume de los perfumes, el elixir de todos los elixires, el bálsamo que cura a los propios bálsamos, encerrado en dorados y diminutos frascos de oro puro y cristal de diamantes submarinos. Ahí está el licor magno entre los licores, el soberano: su pipí, majestad… Guau! ¿Y esa lágrima?…
Hicieron el poyo del balcón pensando en Mona. De pie sobre sus patas traseras, alcanza a descansar sus barbas y sus manos en la repisa, y aprovecha los huecos de las jardineras para otear la plaza. De un mirador a otro, algo torpes al comienzo, nacen los pasos de su vals. Su flequillo se mece al viento y al vals fresco de la tarde. De tan seria, se diría es perfil de moneda grande. Semblante abstraído y profundo de Platón con pelos. Pero el sol cae tras los edificios con la natural melancolía del poniente en las paredes. Y ella, curiosa sin fin, observa. Siempre ve las cosas por primera vez. Dos pasitos de sus pies y sus manos recorren el quicio a la vez. Y un… dos… un, dos, tres… Os lo dije, ya mejora el vaivén. La fuente ruge de espaldas al balcón. Es la catarata boba del insulto al artista loado. Pobre busto mendigo a la puerta tullida de un banco y monte de piedad. Pero ella, absorta, no advierte el hilo de sol que transparenta en sus propios ojos. Me mira, y comprendo… pero no consiento. Me requiere, pero le hago esperar. Más dulce será el abrazo. Además, me gusta verla así, escudriñando a lo lejos, desprevenida, traspasada de sol, igual a un niño prendado de horizonte o de tebeo: es la extraña mezcla de dulzura y sabiduría que hace incomprensible el resto de los días. Me mira nuevamente, un rescoldo de sol y eternidad atraviesa mi alma. Un amor perdido entre las jardineras. La seda descansando sobre la breve cintura. El vientre de terciopelo y el aroma de menta de aquellos ojos apenas olvidados. Los paseos al atardecer, calle abajo, solitario, como el dolido poeta que siempre quise ser. Los parques ajardinados y revueltos de la avenida. Sombríos. Algo así como un tango con ritmo de vals. Las estudiantes más bellas que pintor pudo imaginar. Las sonrisas caídas de tantos amores rimados. Y una brizna de melancolía en el paso entrecortado y grácil de las jóvenes en la plaza te remonta, ves, al tiempo azul de las azucenas. Un tiempo nocturno, de oculta tristeza y versos. De bellas misteriosas y largas tardes atravesadas por el hirviente viento del estío. Por eso la miras tanto. ¿Quién, ella o tú? ¿La plaza o ella? De alguna forma descubro, no sé muy bien qué. Algo de mí que yo mismo desconozco. ¡Tanto que no sé! Que nunca sabré y que intuyo conoces bien. Oh! Mona, se ha vuelto el fresco frío y me desazono. Vamos dentro. No mires más la plaza. La fuente, ya ves, no canta hoy ni cantará mañana. No es fuente, sino vanidad. No hay sosiego. Tal vez nunca lo hubo. Y aquella pena adolescente, ¿qué podría decirte? debiera haber sido convenientemente diagnosticada. De ahí, las secuelas producidas y los indeseados efectos secundarios de tantas medicinas inapropiadas. Analgésicos letales y socialmente incompatibles como los valses de Chopin o los poemas de Neruda. Ese paso mejoró mucho, Mona. Un… dos… un, dos, tres… Me miras. Comprendo. Tal vez consienta.