También el alma, si quiere reconocerse, tendrá que verse en otra alma (Platón) À savoir, quelle tristesse de la valse heureux! (Mona) La monedita del alma se pierde si no se da (A. Machado)
viernes, 24 de diciembre de 2010
Spleen de Mona
lunes, 29 de noviembre de 2010
Filomena
martes, 16 de noviembre de 2010
El paseo de Mona
lunes, 1 de noviembre de 2010
Mona's dream
miércoles, 29 de septiembre de 2010
La huelga de Mona
sábado, 18 de septiembre de 2010
En brazos soy feliz
viernes, 3 de septiembre de 2010
El vals de Mona
domingo, 22 de agosto de 2010
¡A ver qué pillo!
domingo, 15 de agosto de 2010
Amamos a partir de...
"El enamorado celoso soporta mejor la enfermedad de su amante que su libertad" Marcel Proust
Después de las vacaciones veraniegas, en el lugar habitual, Cabourg, de la Costa Normanda, Proust retorna a París y vuelve a requerir, hacia el mes de octubre de 1913, los servicios como taxista de Odilon. Le pregunta cómo está su mujer, Céleste, y si se va habituando a la nueva vida. Odilon le habla de una especie de desidia y tristeza, melancolía, que embarga a su esposa y le dice: "No demasiado bien… no le gusta salir de casa. Yo trabajo, usted sabe lo que es eso: no llego siempre a las comidas y no tengo horario. Ella casi no come ni duerme. Cuesta creer que se deba sólo al cambio de ambiente". Proust escucha atento y le contesta: "Lo que ocurre, Albaret, es que su mujer echa de menos a su madre". Céleste se aburre en su nueva vida pese a la compañía que le supone la familia de su marido. Él trabaja casi todo el día, tiene varios clientes, no tiene horario. Y aunque es amable, cariñoso, comprensivo; aunque le hace salir de casa e incluso la lleva en alguna ocasión al teatro, parece que todo eso no basta. De hecho, a ella no le gusta mucho salir de casa.
Comprendiendo una necesidad que Odilon no imagina, Marcel le propone tomarla a su servicio como recadera, así podrá distraerse con algún quehacer diario. En estos momentos él acaba de publicar la primera entrega de En busca del tiempo perdido "Por el camino de Swann". Como la edición la ha hecho por su cuenta, en la editorial Grasset, la distribución de los ejemplares a familiares, amigos, conocidos y demás corre a su cargo. Odilon le comenta esta propuesta a su mujer y le dice sin presionarla que lo piense. Ella acepta el trabajo, lo que sin duda entra en abierta contradicción con su rechazo por los paseos parisinos.
Cuando Céleste entra al servicio de Marcel Proust, viven con él su valet, Nicolas Cottin con su esposa Céline como criada -mujer de mal carácter- y otra pareja muy joven: Alfred Agostinelli, antiguo chófer suyo, y ahora su secretario, con su compañera Anna. Nicolás prepara los paquetes de forma muy cuidadosa, los rosas para las damas y los azules para los caballeros. Pero Céleste nunca ve al señor de la casa, Cottin le daba las instrucciones y ésta, que apenas salía de casa, dedica ahora a su trabajo aproximadamente ocho horas al día.
En estos momentos Proust es un hombre feliz y animado. Dos sucesos importantes son los responsables. Uno, la primera entrega de esa gran novela que está proyectando -como algunos dicen: "esa gran catedral"- ya está en circulación y es recibida bastante bien por su círculo social. El otro, también feliz, pero tortuoso -dada esa lucha interior que siempre le acompañará, los celos- es que está enamorado. Como Swann, uno de los alter ego de su obra, Proust está viviendo el que a la postre parece ser fue su gran amor, Alfred Agostinelli.
lunes, 9 de agosto de 2010
Un amor a primera vista
martes, 3 de agosto de 2010
La petite valse
Foto de Roger Rodrigues
domingo, 1 de agosto de 2010
Haendel, la persona
viernes, 30 de julio de 2010
La mirada de Mona
lunes, 26 de julio de 2010
"Yo iba en bicicleta, casi alado..."
"…Y yo casi ya por el aire,
yo apresurado pasaba en mi bicicleta y me sonreía…
y recuerdo perfectamente
cómo misteriosamente plegaba mis alas en el umbral mismo del colegio"
(V. Aleixandre)
viernes, 23 de julio de 2010
Mona enferma
No te atreves a preguntar. Decir: ¿qué te pasa? ¿dónde te duele? ¿tienes angustia? se traduce en una victoria del desaliento. Pero preguntas, claro. Los niños enfermos han hecho su pequeña maleta de juguete. Llevan todo lo necesario, lo absolutamente imprescindible: el antifaz, el peluche y los collares. Toman la decisión irrevocable de partir a otro lugar. Y se sientan a esperar. El viento de la tarde –tápate, no te vayas a resfriar- mueve apenas sus cabellos, por tanto, qué mejor que cruzar las piernas si no alcanzan ni el suelo ni el vals? Y las horas se estiran como las mentiras de los hombres. Se hacen gelatinosas, inabarcables… plus que lent; eh, Mona? Y aquí estamos, pendientes de las décimas, de los suspiros, de las lenguas desaliñadas o del aliento almendrado. Ven, vuelve de ese viaje raro con vestidos de cartón. Con un beso se escupe la fatiga. Con la caricia, desarbolas el temblor de las pupilas. Con una canción, la frente se serena. Deshaz, pues, la maleta de plástico, cuenta las monedas y borra el ceño al soplar la llama del mechero. Venga, remata a tus súbditos esparcidos: el gran kan, el oso y el tigre, la rana y el pato-rosa. Bueno… besitos al koalita. Pero al hueso y al ahogo les hincamos el diente hasta el tuétano. Decididamente, mi mundo no es de este reino malvado.
sábado, 17 de julio de 2010
Solitud
Pablo Neruda
viernes, 16 de julio de 2010
Rápida y mortal
Hay que esperar, sigilosamente, a que alguien decida enfilar el largo pasillo. Deja que dé unos pasos. Que se confíe. Paciencia, no vale la pena precipitarse. Eso, que vuelva atrás, sobre sus pasos. Que crea que tú no existes, que estás mising. Pero tú, sigue al tanto de la situación. Ahora, la cocina… Bueno, al tiempo. One moment, please!… Se está preparando el café ¿Oyes la cucharilla? Es esa pócima insufrible sólo soluble en gasoil. 20 segunditos en el micro. Tibio, qué poca clase. Si por lo menos ardiera, simularía una humeante crema. Ahora, bebe. Glu-glu-glú ¿Oyes? Cierra los ojos, my darling, e imagina sus pasos en tu mente. Aclara la taza, la pone a escurrir. Clic. Adelántate a sus próximos movimientos ¡Qué poco sabéis los perros de estrategia! El gato es zen, el perro es kan. Escúchame, hazme caso, los conozco de hace mucho, soy el felino Mino… Vamos. Preparada? Aquí viene. ¡Ahora!… Rápido. De 0 a 100 en 2 décimas de segundo. Venga Mona, a por él… a sus tobillos… Ataca… Te va en ello la vida. Como un torpedo ciego, no pierdas ni un segundo en pensar. Arrójate o perderás la pieza. Pero ¡qué ruido horrible te hacen las pezuñas; oh, my God!… ¿A quién piensas sorprender? Esto no es cazar, esto es un asesinato… ¡Cuidado, que se gira! Careful!… Mona, eres mala y traidora… Por la espalda, como los cobardes de las películas del Oeste… Yo no quería, es él quien… No insistas darling, olvidas que no me ve… Si supieras a quién me recuerdas. Nosotros teníamos un gato, pelirrojo y blanco, guapo y distinguido… Sabía silbar, bajarse de los coches en movimiento y bailar el vals… Usaba gorra gris, bufanda oscura y camiseta a rayas… Y si no, no… Hasta sus últimos momentos fue tan preciso como un tiralíneas de billar. Oh!, my lord, dónde andarás… Me ha reconocido… bye-bye… Sabes, Mona, dicen que los gatos no son de fiar.
miércoles, 7 de julio de 2010
Qué hacer
Porque como la medicina es un compendio de los errores sucesivos y contradictorios de los médicos, al llamar uno a los mejores de éstos tiene grandes probabilidades de implorar una verdad que será reconocida como falsa algunos años más tarde. De manera que el creer en la medicina sería la suprema locura, sino lo fuera mayor aún el no creer en ella, ya que de ese montón de errores se han desprendido, a la larga, algunas verdades.
domingo, 4 de julio de 2010
Mona y los niños
lunes, 28 de junio de 2010
Mona en la playa
El hocico azucarado de arena, la lengua al fresco y las toses terrosas. Ahora escarba en la humedad de las sombras para enterrarse como los avestruces. El sol es tan luminoso que no se refleja en nada. No vale la pena. El agua tan azul, que el cielo se ha quedado de piedra, mudo. Y la arena es tan amable como una sonrisa atravesada de sueño. Mira el horizonte y dime, Mona, si comprendes el fulgor y la inquietud que despierta en los hombres. Ese lugar siempre desconocido, escurridizo como el mercurio y los reojos. Esa imposible línea resultado del quimérico encuentro de dos eternas paralelas. Y, sin embargo, hacia él vamos, como a la vida, sin más norte que una pinta –bravo por los marinos de noabajo- de cerveza helada o un vaso de vino –bravo por los de noarriba- en cuyos fondos hasta el sol quiebra sus rayos omnipotentes. Quien defina la belleza acabará con el mar. Quien defina el mar acabará con los sentimientos. Quien define el sentimiento acaba como un traje. Por eso la belleza está para bañarse, los sentimientos para llenarse de arena dorada los más íntimos lugares y el mar… para las locomotoras blancas. C’est comme ça! C’est comme ça! C’est comme ça! C’est comme ça!
domingo, 27 de junio de 2010
Qué pena no haberte conocido
Yo no conocí a mi abuelo Pepe. Murió cuando yo tenía poco más de un año. Lo que sé de él me lo contaron mis familiares más cercanos. Es obvio que ni sus hijos ni su mujer, mi abuela, iban a hablarme de sus defectos, pero alguien más imparcial como su nuera, mi madre, siempre ha dicho que fue un hombre bueno, que se portó muy bien con ella y de quien guarda gratos recuerdos. Mi abuelo fue de joven un hombre bien parecido, alto y siempre, parece, de mirada dulce. Vivió aquellos tiempos revueltos sin ánimo temerario, pero con una resignada dignidad que sólo perdía en manos de su hija Candelita y su infantil afición a peinarle mientras dormía. Fue maestro. Y cada uno de sus hijos, Pepe, Juan y Candela, nacieron en pueblos o ciudades diferentes. Amaba a los animales como pocas personas los aman. Llegó a tener hasta una cabra de nombre Rosita, como mi abuela. Una gallina, periquitos, conejos y un camaleón. Mi madre le vio llorar un día por pisar un grillo que guardaba en un cajón, y cuya clase reconocía por el escudo que formaban sus alas. El padre de algún alumno le regaló un día un conejo, práctica habitual en esos tiempos con los maestros de escuela. A éste primero, le siguieron otros, claro. Y faltos de espacio, ya que su destino no era nunca la cazuela, los fueron acomodando en una jaula del balcón, conocido en el barrio, desde entonces, como el "balcón de los conejos". Con mucha tristeza, y ante lo insostenible de la situación, tuvo que ir, me dijeron, regalándolos. Le gustaba la enseñanza y la lectura -su amplia biblioteca personal, hoy perdida, era prueba más que suficiente- pero su pasión era el mar. Decían que le hubiera gustado ser marino. De hecho, había nacido en Málaga y vivió gran parte de su vida, hasta su fallecimiento, en Melilla. Siempre que podía daba largos paseos por el "muelle", como allí le dicen al puerto de mar. Supongo que su mirada, al contemplar el mar, le haría sentirse feliz. También mi tía Candela, mi tío Pepe y yo misma hemos heredado este placer marino que comparto con Pepe, mi marido. Me produce una gran emoción su color recortado por el cielo, su olor, su brisa y esa gran belleza que siempre tiene el mar, aun cuando esté tormentoso o enojado. Nosotros paseamos por allí muy a menudo, disfrutando de esos momentos, ahora, con Mona. Mi abuelo murió por "el qué dirán", preocupación constante en mi familia. Una operación de estómago innecesaria, que su hijo mayor Pepe, médico, le desaconsejó en una carta con un NO TE OPERES bien grande; pero a la que él, claro, se había comprometido y "qué iba decir la gente" si se hacía atrás. El "qué dirán" marcó su absurdo final. Yo no quiero vivir condicionada por "el qué dirán" y menos morir. Siempre he luchado por vencer esa lacra que acompañó a mis padres y a mi tía Candela, con quienes he compartido techo desde que nací hasta que me casé. Gracias a mi pareja he ido aprendiendo a no darle tanta importancia. Creo haberlo conseguido en buena medida.
Dedicado a los Pepes que aquí nombro.
sábado, 26 de junio de 2010
El ADN de la infancia
No sé quién hizo esta foto. Pero la familia está al completo. Mi padre con nosotros, mi madre de telón de fondo en la puerta y mi hermana y yo en el banquilet -palabra tan incorrecta como todas las que realmente importan en la vida. Años después, como podéis observar más abajo, las hijas de mi hermana repetirían, actualizando -sólo hay que comparar la ligereza de ropa-, aquella escenografía. Puedo asegurar, eso sí, que el fotógrafo, en esa ocasión, fue su abuelo, mi padre. Dada la absoluta falta de vanidad que presidía cualquiera de los actos de mi progenitor, puedo confirmar que ninguna intención de réplica guió su objetivo. Simplemente sucedió. Posiblemente él lo sintiera como un déjà vu, pero como no sabía francés y la psique la diluía, cuando era menester, en un cerveza bien fría y una úlcera, la rareza emocional debió ser bastante más que pasajera para él. Miremos las fotos. Lo primero que comprobamos, no sin cierta inquietud, es que los hermanos mayores miran fijo a la cámara y nunca los pillas fuera de pose. Los menores, sin embargo, o quedan congelados en la monada que pretendían o bien están en otro mundo más cercano al rollito de primavera o al petisuisse que al glamour de las fotos con aspiraciones. Además, y a poco que os fijéis, el nivel del suelo se ha elevado como cuatro dedos respecto del banquilet, cosas del cambio climático, digo yo. Pero centrémonos en lo que realmente importa. Sin Severo Ochoa nunca entenderíamos qué une a estas dos instantáneas. Recuerdo que en esa época donde casi todo lo entiendes, pero en la que disimular es tu único salvoconducto -es decir, la infancia- los vicios inconfesables y las inclinaciones artísticas solían disculparse con un lo lleva en la sangre, versión tradicional de las marcas genéticas más sofisticadas de hoy en día. Analice su ADN y sepa con una antelación de 50 años, pongamos por caso, de qué forma morirá. Lo cual le permite angustiarse el resto de su vida, si un benefactor accidente no lo remedia. Pues sí, mis sobrinas llevan en la sangre esa forma inconfundible de quedar reflejados en el tiempo, que viene de familia. De un pasado gris y mate, a un presente de colores domésticos y pocos brillos. De un tiempo en el que las alegrías se pagaban caras, a otro que se obstina en que lo caro lo pagues con alegría. De un mismo modelo de sandalias en tonos distintos, a las diademas azul y rosa intercambiables. Y aquí entramos en otra dimensión. El ADN de la infancia se caracteriza por la omisión del gen de las horas. Vivíamos un tiempo sin horas, diría el poeta. Con la primera comunión llegaba tu primer reloj -casi siempre viejo, heredado de algún familiar o, simplemente, de segunda mano- y, si eras un niño normal lo rompías ese mismo día. Ya vendrá el tiempo de las horas y las saetas envenenadas del arquero. Así que, mirando estos dos instantes suspendidos en la memoria, creo comprender los tiempos que no pasan o, si lo hacen, es totalmente en balde. Y no es gracias a Dios, claro, sino al ADN.
Los hijos
Nuestros hijos no son nuestros hijos,
son los hijos y las hijas de la vida que se llama a sí misma.
Vienen a través de nosotros, pero no de nosotros.
Y aunque viven con nosotros, no nos pertenecen.
Podemos darles nuestro amor, pero no nuestros pensamientos,
pues tienen sus propios pensamientos.
Podemos acoger sus cuerpos, pero no sus almas,
porque sus almas viven en la mansión del mañana,
que ni aún en sueños podemos visitar.
Podemos esforzarnos en ser como ellos,
pero no intentar hacerlos como nosotros,
porque la vida no da marcha atrás,
ni se detiene en el ayer.
Somos los arcos que disparan a nuestros hijos,
como flechas vivas.
Que la tensión de la mano del arquero sea para la alegría.
Khalil Gibran
Mona al alba
miércoles, 23 de junio de 2010
In memoriam
A medida que se acercaba el término del año 1915, Proust sintió, con creciente intensidad, aquella vieja melancolía que la extinción de los años le causaba... Escribió: "Estos tristes días nos recuerdan que los años vienen a nosotros siempre con la misma natural belleza, pero que no pueden devolvernos los seres desaparecidos. 1916 nos traerá las violetas y la flor del manzano, pero F jamás volverá a existir"
lunes, 21 de junio de 2010
Las preguntas de Mona
sábado, 19 de junio de 2010
El tiempo recobrado
El olfato es una vista extraña. Evoca paisajes sentimentales mediante un dibujar súbito de lo subconsciente. He sentido esto muchas veces. Paso por una calle. No veo nada o, mejor, mirándolo todo, veo como todo el mundo ve. Sé que voy por una calle que existe con lados hechos de casas diferentes y construidas por seres humanos. Paso por una calle. De una panadería sale un olor a pan que da náuseas por lo dulce de su olor: y mi infancia se yergue desde determinado barrio distante, y otra panadería me surge de aquel reino de hadas que es todo lo que se nos ha muerto. Paso por una calle. Huele de repente a las frutas del tablero inclinado de la tienda estrecha; y mi breve vida en el campo, no sé ya cuándo ni dónde, tiene árboles al final y sosiego en mi corazón, indiscutiblemente niño. Paso por una calle. Me trastorna, sin esperármelo, un olor a los cajones del cajonero: Oh Cesáreo mío, te apareces ante mí y soy, por fin, feliz porque he regresado, gracias al recuerdo, a la única verdad, que es la literatura.
F. Pessoa El libro del desasosiego
... el sueño me había fascinado también por el formidable juego que hace con el tiempo. ¿No había visto yo muchas veces en una noche, en un minuto de una noche, tiempos muy lejanos, relegados a esas distancias enormes donde ya no podemos distinguir nada de los sentimientos que en ellos sentíamos, precipitarse a toda velocidad sobre nosotros, cegándonos con su claridad, como si fueran aviones gigantescos en lugar de las pálidas estrellas que creíamos, hacernos ver de nuevo lo que habían contenido para nosotros, dándonos la emoción, el choque, la claridad de su vecindad inmediata, que han recrobado, una vez despiertos, la distancia milagrosamente franqueada, hasta hacernos creer, erróneamente por lo demás, que eran una de las maneras de recobrar el tiempo perdido?
M. Proust El tiempo recobrado
Sin el tiempo, esa invención de Satanás, el mundo perdería la angustia de la espera y el consuelo de la esperanza.
A. Machado